No hace mucho se insistía en que la palabra libre era el primer mandamiento de los derechos humanos. Era antes del nacimiento de la post verdad, antes de los populismos a un lado y otro del río de la vida y antes de que las familias LGTBI pensáramos siquiera en asociarnos para defender derechos, respeto y existencia.
Libre es una palabra que hoy conjugan con dificultad ciertas castas políticas, sobre todo si se trata de diversidad. De hecho, empieza a ser norma perseguir a las familias diversas. Polonia o Hungría son buena muestra de ello y no les va a la zaga Italia.
La primera ministra Meloni ordenó, hace unas semanas, empezar a borrar familias gais con hijos nacidos en el extranjero mediante gestación subrogada. La agresión se ha ampliado, ahora, a familias lesbianas con hijos nacidos, igualmente, en el extranjero. En palabras de la Fiscal de Padua, Valeria Sanzari, “Son los mismos casos, no hay por qué diferenciarlos”.
En España, la ideología contra nuestras familias está encarnada en el partido ultraderechista Vox y, como ejemplo, tenemos la lona gigante que han desplegado en Madrid y en la que, entre otras, se tira la bandera LGTBI+ a una papelera.
El mensaje subyacente de esa campaña publicitaria, y del discurso general de Vox, es sumamente preocupante, dado que promueve la discriminación y el rechazo de nuestra comunidad, en general, y de los modelos de familia homoparentales, en particular.
Vox siempre ha mostrado su desprecio hacia aquellos hogares en los que padres o madres son personas del mismo sexo. Pero la realidad, tozuda, demuestra que son prejuicios carentes de fundamento.
“Sea cual sea la forma de una familia, la calidad de las relaciones que se den en ella es mucho más importante que su estructura”, sostiene la investigadora Susan Golombock, de la Universidad de Cambridge.
Múltiples son los trabajos que confirman estas palabras y avalan que no hay un modelo familiar superior a otro. Desde hace décadas, estudios como los de Thompson (1971), Green (1978) o Boss (2004), muestran que madres y padres homosexuales generan apegos seguros, educan y ejercen autoridad hacia su descendencia con la misma efectividad que los padres heterosexuales. Los trabajos de doña Mar González Rodríguez, profesora de Psicología de la Universidad de Sevilla, llegan a conclusiones similares.
En 2014, la Universidad de Melbourne publicó un estudio (Parent-reported measures of child health and wellbeing in same-sex parent families: a cross-sectional survey) sobre salud y bienestar en hijos de parejas del mismo sexo y los resultados atestiguan que les va igual que a los hijos de parejas de sexo opuesto. Incluso muestran una cierta tendencia a ser más respetuosos con los demás que aquellas niñas y niños criados en familias heteronormativas.
Más aún, Boertien y Bernardi (2019) encuentran en su estudio sobre familias homoparentales y progreso escolar -un trabajo ambicioso que incluyó 1.952.490 menores de los que 7.792 tenían una familia homoparental- que “solo en áreas con leyes y actitudes desfavorables hacia las parejas del mismo sexo, los niños que vivían con parejas del mismo sexo tenían más probabilidades de estar atrasados en la escuela”. Dicho de otra manera, el problema no es la familia del menor, sino la existencia de ideas como las que la ultraderecha difunde y quiere plasmar en leyes.
Tal vez sea pedir mucho al Sr. Santiago Abascal (“Se prefiere que un niño tenga padre y madre”), al Sr. Fernando Paz (”una pareja gay con un niño o una madre soltera que adopta un hijo no es una familia natural”) o al recién nombrado President del Parlament balear, Sr. Gabriel Le Senne («Feminismo, aborto, LGTBI, eutanasia, ecocatastrofismo comparten objetivo: que rechacemos matrimonio e hijos»), pero deberían informarse antes de hablar.
De hacerlo, podrían haber descubierto datos recientes sobre el tema.
Family outcome disparities between sexual minority and heterosexual families: a systematic review and meta-analysis es un metanálisis de este mismo año que, tras su revisión, concluye que “las familias de minorías sexuales pueden desempeñarse mejor en el ajuste psicológico de los niños y en la relación padre-hijo que las familias heterosexuales” y que los factores de riesgo para estos menores son “el estigma y la discriminación, la falta de apoyo social y el estado civil deficientes”. O sea, justo lo que Vox, en su ignorancia, predica.
No, el problema no somos las familias LGTBI+. El problema es la ultraderecha.
El problema son las campañas publicitarias como la presentada y el clima de intolerancia y hostilidad que generan.
El problema es olvidar que la promoción de la diversidad y la inclusión es fundamental para el desarrollo de una sociedad justa y equitativa; que impulsar el respeto y la igualdad de derechos para todas las personas, con independencia de orientación sexual o identidad de género, crea mejores y más maduras sociedades.
El problema no somos las familias, es VOX, y su cohorte de gregarios, repitiendo mantras cuya verdad radica más en una testosterona mal aplicada que en evidencias científicas y sociales, hoy al alcance de todos.
Promover la diversidad y la inclusión, como pilares de la sociedad, es necesario. Cómo necesario es desenmascarar a quienes, aprovechando el altavoz político, venden mentiras como si fueran género de buena calidad.
Las familias LGTBI+ somos diversas, pero iguales a cualquier otra familia y merecemos iguales derechos. Nos construimos desde la adopción o el método ROPA, desde el acogimiento, la inseminación, la gestación subrogada o la coparentalidad. Diversas en origen, sí, pero iguales.
Estamos aquí. Aquí nos quedamos y aquí nos defenderemos de quienes nos ataquen.
Somos reales y, pese a Vox, pese a quien sea, aquí seguiremos, existiendo y caminando por la vida con orgullo.
Con todo el orgullo.
Pedro Fuentes, Secretario de Galehi