Parece imposible pero así es. Se gestaron juntos, nacieron con 5 minutos de diferencia y son inseparables, sin embargo, para el estado español, después de 2 años de papeleo, siguen sin ser hermanos.
Cuando decidimos ser padres allá por 2014, sabíamos que el camino iba a ser complicado. La adopción para una pareja homosexual era prácticamente imposible pero teníamos una pequeña esperanza. Vimos un reportaje en el que Samantha Villar acompañaba a una pareja española durante el nacimiento de su segunda hija en Estados Unidos. Acabábamos de descubrir qué era la gestación subrogada.
Nos sorprendió mucho el testimonio de Nicole, la mujer que había decidido gestar el bebé. Era una mujer bien situada, feliz y muy segura de su decisión. Eso nos gustó, no queríamos traer un bebé al mundo perjudicando a alguien que ya estuviera aquí. Así, tras 3 años de pluriempleo que casi acaban con nosotros, decidimos aventurarnos e intentarlo.
La suerte puso en nuestro camino a otra Samantha, una asistente de enfermería, con pareja y una hija, que quería ayudar a otras personas a formar una familia como la suya, motivada por un caso de infertilidad en su entorno. Y, tras una entrevista donde conectamos a la perfección, nos eligió a nosotros. Fue muy muy emocionante. 9 meses después, de los cuales pudimos pasar uno a su lado yendo a revisiones médicas y compartiendo tiempo juntos, nacieron nuestros mellizos.
Con 2 días de vida, tuvo lugar el juicio de parentalidad en Idaho, donde una jueza estimó, previa petición de Samantha, filiar a los niños a nuestro nombre. Pero para la magistrada, la genética era más importante que la intención de ser padres. Decidió que un bebé era hijo mío y el otro, de mi pareja. Con su decisión, de repente, nos convirtió en dos padres solteros.
En realidad, no nos suponía mucho conflicto. La sentencia judicial cumplía los requisitos que pedía el estado español y regresamos a casa sin problemas, listos para comenzar un proceso de adopción que debía ser un simple trámite: adoptar al hijo de tu cónyuge.
Aquí fue donde se torció la historia. En España nos tocó una jueza del opus —con la Iglesia hemos topado— que nos llamó a un interrogatorio, ignorando la petición de la fiscalía, que solicitaba sólo un informe psicosocial y pruebas de ADN. Nos sorprendió pero fuimos tranquilos, no teníamos nada que ocultar. El proceso de gestación subrogada había sido modélico, la sentencia judicial americana estaba revisada y aprobada por el consulado español en San Francisco, los niños ya eran españoles y nuestra vida era tan «normal» como la de cualquier otra familia.
En el interrogatorio la jueza mostró sus cartas. Sólo le interesaba indagar sobre el proceso de gestación subrogada. «¿Cuánto pagasteis?, ¿dónde firmasteis los papeles?, ¿cuánto costaron los billetes de avión?, ¿fuisteis a la clínica de fertilidad con cita previa?» No se quedó con una sola duda sobre el proceso y ni una pregunta relativa a los niños.
Como era de esperar, denegó la adopción y estamos ahora con el recurso, que esperamos ganar. Hay multitud de jurisdicción previa y el TEDH se ha mostrado de nuestra parte en varias ocasiones, anteponiendo siempre el interés superior del menor.
Pero estoy enfadado, porque de lo que la jueza no se da cuenta es de que no nos está perjudicando a nosotros, sino a nuestros hijos. No ser hermanos supone no tener los mismos apellidos ni los mismos derechos, supone la posibilidad de no entrar en el mismo colegio y, lo más importante, no tener dos padres ante la ley. Eso sí es un peligro para ellos en caso de que a alguno de nosotros nos ocurriese algo.
Hace poco descubrí que esta lucha no era exclusiva de las familias por gestación subrogada. En una entrevista de Galehi conocí el caso de Kata y María José, una pareja de mujeres que adoptaron en 2007 y tuvieron problemas similares. No estamos solos. Esto ya les ocurría a parejas de mujeres y ahora nos toca a nosotros pasar por lo mismo. Me animó mucho escucharlas. Vi mi disgusto reflejado en sus palabras y me quedé con su mensaje de ánimo. Esta es una lucha que tenemos ganada, sólo hace falta tener paciencia. El proceso es invasivo y desagradable, pero ningún prejuicio o moral particular de un jurista puede ni debe negar la realidad: somos una familia, y nuestros hijos son, inevitablemente, hermanos.
Víctor M. Rodríguez
Socio de Galehi